lunes, 29 de marzo de 2010

La llamada de la trompeta


Hablar de música sinfónica parece ser hablar de Haydn o de Beethoven. Decir de una sinfonía que debe cumplir alguna función musical es remontarse a sus orígenes. Proponer instrumentos solistas por encima del juego de las cuerdas dejó de ser frecuente tras el concerto grosso. Retomar en las trompetas el antiguo aire de fanfarria quedó como un gesto altisonante ante las restantes voces sinfónicas.

Pero cuando una sinfonía sirve como pasatiempo de entrada a la acción dramática, a nadie extraña que el movimiento final sea un toque de llamada y que se recuperen para la ocasión los agudos metales. Henry Purcell mantenía estas costumbres y hay actos en su última ópera, The Indian Queen, que valen como ejemplo. Quiero recordar el allegro con el que finaliza la sinfonía introductoria del segundo acto, un momento especialmente inspirado para las trompetas.

La melodía se inicia con el diálogo de las cuerdas. A la exposición de los primeros violines sigue la réplica fugada de los segundos. Pasa después por las violas y alcanza imponente volumen al entrar en las cuerdas bajas. En la impetuosa y vibrante ola que se levanta encuentran apoyo las trompetas, asomadas desde lo más alto en su llamada. Desde ahí proclaman el tema a los cuatro vientos, lo matizan en su juego con las cuerdas y lo dejan por último al cuidado de los óboes. De ese rescoldo surge un cálido unísono y una despedida alternada de vientos y cuerdas. Total, 41 compases destinados a la recreación de un instante. Ese instante podría resumir el imparable ascenso de la sinfonía. En ella el toque osado de las trompetas suena a efímera victoria frente a la creciente llegada de las cuerdas. Quedan los metales, pues, muy lejos de aquellas fanfarrias dominantes e insolentes. El difícil trance del encuentro se acaba ahora resolviendo concertadamente, hay incluso un último y amistoso abrazo de las voces y la despedida de las trompetas que se alejan.


English Baroque Soloists, J. E. Gardiner
Erato, Grabación 1979

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