jueves, 22 de abril de 2010

De cómo bien ponerse


A diferencia de lo que se cree, declarar principios no es algo tan sólido ni tan inamovible como echar cimientos. Lo de los cimientos es obligado cuando intentas componer un argumento. Pero, a la vista está que la vida no es una premisa o una concesión divina de la que vas sacando consecuencias, la vida es el argumento que cada cual se forja, normalmente para absolverse. Y en esa forja, y en esa absolución, entran a servirnos con lealtad nuestros rectos principios, que serán aún mejores a fuerza de ser proclamados a los cuatro vientos con honda y sentida fe.

Mirándote en esos principios, aunque olvides tu recorrido vital, te será fácil entregar unas memorias sin pasar apuro alguno. Podrás matizar y hasta dar la vuelta a tus episodios más equívocos, aquellos en que ni tú te reconoces, aquellos que te avergüenzan, el día que miraste hacia arriba para luego humillarte, el día que uncido te creíste ejemplo de abnegación y sacrificio. Como hombre, te rendiste a la farsa el mismo día que te honraban como caballero de principios. Elegiste tu sitio en la tribuna como un hombre manso e intachable. Bajo esa guía de corrección beligerante, te imaginas sabio juez, donde todos ven tu acabada e infame impostura, campando en normas trucadas, desde el fin hasta tus principios.

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