martes, 8 de junio de 2010

Sobre el amor definido


A veces nos entretenemos en sinsentidos. Tú crees, una mañana por ejemplo, que ya sabes de qué va eso del amor, aunque temes no haber llegado a conocerlo ni siquiera remotamente en toda su hondura. Podrías intentar zanjar la sospecha aplicándote a ello con una persona o un objeto de tu predilección, pero eso te haría insistir en la versión más común de este juego, permaneciendo ajeno a otras variantes que acaso te estén aún reservadas en el catálogo de tus posibles.

En estas circunstancias no queda otra que examinar esas variantes apelando a la autoridad, a la autoridad lexicológica en este caso. Porque, ¿qué es el amor? Creemos que lo sabemos, pero al tratar de definirlo es cuando aparecen una tras otra las sorpresas. Para echar el ancla, los diccionarios varían en sus entradas entre sentimiento, tendencia, afecto, inclinación, atracción, no quedando claro si la actitud amorosa es en sí misma activa o pasiva. La solución a la que algunos se acogen consiste en hacer oscilar la definición entre el sentimiento receptivo y el afecto activo para de ese modo desvelar su naturaleza bifronte. El Oxford English Dictionary aprovecha esta fórmula con su proverbial laconismo y para love coloca como primera acepción:
     -An intense feeling of deep affection.
En la segunda, sin embargo, rompe el equilibrio y se decanta por la versión activa, dándole además una nota de color sociológico al definirlo como:
     -A deep romantic or sexual attachment to someone.
El Merriam-Webster, por su parte, insiste
en esta misma idea en la segunda de sus acepciones, aunque dejando el romanticismo a un lado y poniendo como único motor al deseo sexual. Para la primera, sin embargo, opta por una nueva solución centrada en el entorno familiar:
     -Strong affection for another arising out of kinship or personal ties.
Aquí el amor resulta ser más una consecuencia de efectos recíprocos que una auténtica causa, algo que surge, no que se busca. Además la aparición en la definición de ideas previas como afinidad y lazo deja abierta la puerta a una cadena recurrente de definiciones de final incierto. En el diccionario Littré francés se opta curiosamente para amour en primera acepción por la misma fórmula del Oxford, es decir por el equilibrio entre acción y pasión, pero en versión físicamente más explícita:
     -Sentiment d'affection d'un sexe pour l'autre.
Más sorprendente es el caso del Larousse. Teniendo en cuenta que la primera acepción debería en principio cubrir o bien el significado más manido o el más antiguo, no se entiende del todo esta salida:
     -Mouvement de dévotion qui porte un être vers une divinité, 

      vers une entité idéalisée.
Es cierto que las acepciones siguientes recogen el sentir común respecto al concepto, con lo que no queda en absoluto desamparado, pero la
prioridad impuesta en la definición supone llevar al amor a terreno pantanoso. Confieso que amar a una divinidad es una posibilidad que no contemplo con claridad, no sé si porque me resulta incomprensible o inabarcable. En esta misma línea de corte trascendental se coloca también la primera acepción del de la Academia Española:
     -Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su 
propia
      insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.
Aquí el problema es que el entramado conceptual en el que
se sostiene la definición es bastante insólito. La primera duda aparece al intentar establecer de qué insuficiencia se habla, porque el remate de la frase viene a situarla más cerca de conceptos agustinianos o escolásticos que del mero instinto.  Y si oscura es la insuficiencia, más difícil resulta avanzar hacia ese encuentro con otro ser. En primera lectura tiene algo de sideral, hasta el punto de producir cierto vértigo esa búsqueda de seres de cualquier tipo y condición para llegar con ellos a la unión. Por fortuna en este punto la segunda acepción es más aclaratoria y también más prolija, quizá hasta el exceso, cuando dice:
     -Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y 

      que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, 
      alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear.
Comparada con el rigor filosófico que los académicos insuflaron a la primera, esta nueva definición respira un aire candoroso e ingenuo. Hay toques de primavera y teorías novedosas como la del amor energético. Esa energía amorosa es además fermento social para quienes conviven y se comunican. Los mismos que, a ratos o por el roce, se sienten naturalmente atraídos, y como es de ley procrean. Tantos son los flecos que quedan aquí sueltos que parecería que la provechosa sesión de la institución se hubiera celebrado allá por Úbeda, en los cerros de sus afueras.


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