jueves, 16 de diciembre de 2010

Tigre y cordero


Tiger and lamb (2008), Reiner Ehrt
El toque Disney ha convertido a las fieras en tiernos peluches. Luego el propio Hollywood se ha encargado de dar réplica a sus historietas almibaradas con toda una serie de películas que convierten a los muñecos en despiadadas fieras. Echando mano de animales, muñecos y autómatas el catálogo de personajes y otras utilidades escénicas se ha venido ampliando para el guionista de una forma tremenda. Una vez admitidas las convenciones con las que se incorporan, a nadie extraña ver a un león citando a Séneca o a una Barbie acudiendo a sórdidos callejones para ejercer de Jacqueline la destripadora.

Esa reversibilidad de ternura y violencia, que se acepta como juego entre animales y muñecos, necesita para las fábulas con humanos un recorrido mucho más complejo. Para interpretar el juego supremo de esos y otros instintos básicos surgieron en el XIX revisores del fabulismo ilustrado. El más notorio, el poeta William Blake, remitía ese arte al sumo hacedor, en cuyos designios vitales cabía a un tiempo la ferocidad del tigre y la ternura del cordero. Del título de una de sus obras deducimos que el hombre se quedaría en mero cantor de esos animales, vistos como emblemas de la experiencia o de la inocencia, en calidad de monstruo y desvalido.

La salida a las pantallas infantiles de animales, muñecos y autómatas parlantes, que combinaban inteligencia e instintos, puso a prueba esa oposición entre ferocidad y ternura, y puso en solfa esa desmañada creación de un bestiario dividido por el bien y el mal. Apuntando a toda su carga emblemática, hace tiempo que esa oposición merecía una revisión menos fabulada y más paródica. La viñeta del caricaturista sólo da para un golpe de vista y tiene que ser certera. En la de arriba Reiner Ehrt da un extraño giro al motivo. Destruye la oposición poniendo al cordero en brazos del tigre y le añade un guiño irónico al dar nueva versión del mítico triángulo con manzana. Gracias a él concluimos que un paraíso bien imaginado siempre puede ser otra cosa.


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