domingo, 9 de enero de 2011

Entrevista a Dulacq



Por su interés y pese a su extensión recojo íntegra la entrevista que un colega universitario realizó hace algunos meses al profesor Dulacq.

«A la sombra de un enorme y frondoso castaño virginiano, tras pasear por los tránsitos y jardines de uno de los más prestigiosos campus estadounidenses, saludamos al eminente profesor Lancelot Dulacq, actualmente visitante en el Mathematical Advanced Laboratory (MAL) de esta universidad y del que pretendemos recabar su autorizada opinión sobre el difícil tema de la investigación. De sus numerosos trabajos puede decirse que abarcan un amplísimo registro, yendo de lo estrictamente simbólico (lógica, matemática, computación) a cuestiones más próximas a la filosofía y a la educación. Una mente, pues, transversal de la que podemos obtener, a buen seguro, las más agudas y precisas respuestas respecto al enfoque y los problemas que actualmente subyacen a la investigación.

—Profesor, seguramente lo primero que intriga al profano en estas materias tan áridas es que haya quien por gusto elija semejante dedicación.
—Sí, es cierto. Yo también tuve en su momento alguna oportunidad de ser útil en otras cosas, pero no la aproveché (risas).
—Supongo que uno no repara demasiado en que se encuentra a la vanguardia del conocimiento y puede que desde el MAL esto se afronte hasta con naturalidad, pero entonces ¿cómo entiende la actividad investigadora siendo uno de sus protagonistas?
—Hombre, yo puedo hablar de mi campo, que no es manejar vacunas con ratones precisamente. Quiero decir que la metodología determina el modo en que se entiende la investigación.
—Pero habrá algo que sea más o menos común, que sé yo, el modo y el momento en que se aborda un nuevo punto de vista y se inicia una línea de trabajo. En su área, en concreto, ¿dónde empieza todo?
—Quizá lo primero sea la intuición. En cuanto tienes una intuición la adoptas como una “razón para suponer” y como te tienta sentirte instalado en medio de una gran teoría, sales con ilusión a confirmar sus límites sin saber a ciencia cierta si dará para tanto e incluso si existe.
—O sea, que el detonante de la acción, que para mí (perdone) tiene aires de aventura, sería lo que solemos llamar una hipótesis de trabajo, algo que damos por válido para poder lanzarnos al análisis.
—Bueno, no exactamente. Porque cuando hablas de hipótesis das a entender que te apoyas en una afirmación encubierta, pero una afirmación en cualquier caso, algo que se podría enunciar. Sin embargo, no siempre es esa la situación. El punto de partida puede ser mucho más tenue, mucho menos sólido, así ha sido al menos cuando han surgido grandes teorías.
—Pero entonces, ¿cómo se completaría ese recorrido que va del punto tenue a la gran teoría? Porque eso de la ilusión me parece un motor de rendimiento un poco limitado.
—No lo crea. En estos contextos, tan escasos de emociones, casi diría que ascéticos, la ilusión es un resorte bastante poderoso, que se transmuta con facilidad en obsesión y que puede dar incluso en locura. Aunque estoy de acuerdo en que no es el único factor…
—¿Cuáles más habría, entonces?
—Hay una cosa bastante clara, prácticamente un requisito, y es la destreza para combinar con rapidez elementos simples, eso facilita enormemente la exploración y sobre todo la clasificación de las dificultades. Ahí entra el conocimiento de las formas con las que se opera, e incluso la impregnación que se tiene de ellas, y que las convierte en un código prácticamente lingüístico. Eso es justo lo básico, el dominio que se tenga de unos formalismos bien orientados.
—Sin embargo, según nos da entender, esa destreza formal no lo es todo, y apunta a que los formalismos deben estar bien orientados, pero ¿a qué se refiere con esa misteriosa orientación?
—Procuraré evitar misterios o tecnicismos. Mire, así como la construcción de los formalismos y la facilidad de uso del lenguaje dependen de la potencia de retorno, o de expansión teórica, implícita en la suposición de partida cuando se siguen los caminos de la lógica, lo que llamo orientación actúa de manera un poco distinta.
—¿En qué sentido?
—El propio hábito de trabajo nos hace ir a los formalismos que parecen pertinentes y reconocer con cierta precocidad los que no los son. A eso me refiero cuando digo que uno sigue cierta orientación.
—Pero en esa orientación, que parece viene a ordenar los dos polos, si entiendo bien, ¿qué pesaría más el objetivo fijado de llegada o ese punto tenue de partida? Permítame llevarlo al terreno de la analogía, ¿cuál actúa como ánodo y cuál como cátodo?
—Si le digo la verdad ambos suelen resultar más evasivos que atractivos o repulsivos. Uno simplemente tiene la sensación de que avanza y si va dejando atrás problemas con los que otros fracasaron, lo toma como un signo esperanzador.
—Creo que fue un matématico, Hadamard (corríjame si me equivoco), el primero que puso el acento en este asunto de la intuición en psicología de la invención y de la importancia del sueño como fermento de nuevas ideas.
—En realidad habría que remitirse a Kant, que es el primero que le da fuste filosófico a la intuición matemática, es decir a la intuición del espacio y el tiempo. En fin, sin entrar en profundidades yo iría a ese fermento del que hablaba. No veo claro que de ese fermento onírico surjan espontáneas y enteras las ideas. Lo que suelen surgir son cruces insólitos entre distintos ámbitos del pensamiento, o sea metáforas.
—¿Quiere decir que la metáfora juega un papel importante en la investigación?
—En algunas decisivo.
—Guardaría entonces relación con la creación literaria…
—No me he planteado la escritura creativa, pero en lo que cuentan los escritores veo aspectos que me resultan familiares. El más significativo el impulso que el creador recibe de la metáfora y que todo el mundo experimenta como una especie de viento vivificador.
—Volviendo a lo que dijo al comienzo, a propósito de la primacía de la intuición, ¿qué relación mantendría ésta con las metáforas científicas?
—El término que mejor puede mostrar cuál es la naturaleza de esa relación lo acuñó hace ya unos años un perspicaz crítico literario, George Steiner si mal no recuerdo. Pues bien, Steiner venía a hablar de la intuición de manera similar a como yo lo hacía, es decir situándola en el centro de la creación, y subrayaba más concretamente su naturaleza epifánica. Pero en su discurso iba incluso un poco más allá que yo al fiar el desarrollo creativo a lo que llamaba una metáfora de trabajo. Creo que esta idea tiene grandes virtudes. Ha resultado ser productiva y se ha comprobado además que puede ser extensiva a cualquier campo, con ventaja respecto a la idea algo más restrictiva de hipótesis de trabajo.
—Quizá hayamos dado, pues, con el meollo del proceso de investigación.
—Será difícil saberlo, pero animo desde luego a practicar el uso metafórico.
—Podríamos entonces concluir que en la metáfora tenemos algo así como la llave de la creación.
—Bueno, esa sería ya una metáfora de segundo orden, una metáfora sobre la metáfora, y además habría que contar con Dios…(risas)
—Gracias Milord, esto… perdón. Gracias profesor».


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