sábado, 15 de enero de 2011

La Habana y sus columnas


Edificio Miller, Vía Blanca 4840, La Habana.
Ojeo las fotos de una reciente edición de La ciudad de las columnas de Alejo Carpentier. Prefiero no preguntarme qué sostienen, sino cómo se sostienen aún todas esas columnas tan firmes, silenciosas y orgullosas. Las imágenes me traen recuerdos, al contemplarlas vuelven a mi mente aquellos palacios y fachadas fascinantes, a veces retocados como golosinas turísticas, las más arruinados por la desidia administrativa. Nada parece haber cambiado demasiado. Subidos a lo alto de ellas, igual que Simón el Estilita, no cesan los habaneros de intentar avizorar su futuro, siempre cegados por un impasible sol de fuego.

Hace mucho que la columna, dice Carpentier, se convirtió en una constante del estilo habanero. Es verdad, La Habana, como él recuerda, «es la increíble profusión de columnas, en una ciudad que es emporio de columnas, selvas de columnas, columnata infinita, última urbe en tener columnas en tal demasía, columnas que, por lo demás, al haber salido de los patios originales, han ido trazando una historia de la decadencia de la columna a través de las edades».

Aunque ajena al juicio de Carpentier, esa salida de las columnas de su patio original para convertirse en testigos de la decadencia,  suena a broma histórica, si no fuera sobre todo una cruel y amarga ironía, , o un éxodo parabólico y no del todo arquitectónico. Asentada en ese encolumnado paisaje de vigías, La Habana sigue absorta en su crepúsculo,  cada columna le devuelve a tiempos y amores pasados, mientras entre todas la mantienen en el aire suspirando con
melancolía.

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