miércoles, 13 de abril de 2011

Al origen


Nuestra indefinición, nuestra falta de respuesta a las situaciones, hace tiempo que nos ha convertido en un valor de cambio homologado, en algo equivalente al papel moneda. Esto ha facilitado la aparición en torno a nosotros de percepciones globales para las que sólo somos activos comerciales empaquetables en unidades superiores, donde el interés empieza a ser más claro y definido que el representado por las simples personas.

La reacción personal a este estado de cosas, siempre tímida y juvenil, se ha venido encauzando por la vía de la diferencia. Una necesidad urgente, y a veces patética, de distinguirse se ha ido instalando, en muy diverso en grado, en cada uno de los sujetos sometidos. Pero ese afán de distinción no asegura por sí mismo ni la relevancia ni la supervivencia de la propia singularidad, y menos cuando esta se hace derivar de un ente superior con el fin de remitirla a algún origen distinguido e indiscutible.

Autoritratto (1936), Alberto Savinio,
Galleria civica d'arte, Torino.
Vamos viendo que ese afán y la necesaria derivación se concretan en la búsqueda y el reconocimiento de un origen. Hablando del origen en su Nueva enciclopedia, Alberto Savinio defendía la opinión de que la resolución de esa búsqueda nunca ofrecerá al individuo originalidad sino servidumbre, y lo hacía con un argumento etimológico: «originalidad debería significar en puridad que uno tiene en sí mismo su propio origen». Partiendo de ahí todas esas derivaciones en las que el falso original encontraba sostén vendrían a ser formas de sumisión, formas de acogerse a una entidad dominante. Un dominio que la originalidad, y a costa de grandes esfuerzos, nos concede únicamente sobre nosotros mismos.


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