viernes, 15 de enero de 2010

Haití


Que la tierra se abra no es una señal, es una desgracia. Que la gente sobreviva no es un milagro, es un rasgo de fortuna, y una prueba de superación en muchos casos. Que asistamos, que apoyemos a los que aquí se quedan, es una prueba de solidaridad y también de entereza moral. Más allá del dolor y el miedo, siempre hay un poso de tristeza, frustración y amargura invisible, que apenas llega a trascender en medio de las imágenes del desastre. Hay desgarros personales que tardarán, que quizá nunca lleguen a ser reparados.

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