viernes, 12 de marzo de 2010

Ceremonia pedestre


El de negro se fue aproximando con parsimonia, hasta que con gesto grave señaló el punto fatídico. Alrededor de él se fueron congregando los dos coros. Lentamente se alinearon, aguardando el momento supremo con cierta unción, en recogido silencio; el coro de plañideras se mostraba ausente y el de bacantes trémulo. El espectáculo era sobrecogedor: el mundo entero parecía estar concentrado en aquel diminuto círculo blanco. Sobre él fijas y tensas todas las miradas en espera de la ejecución, mientras el afligido espíritu de la tribuna sobrevolaba el vacío en suspenso. No pudiendo soportar la dramática escena, el verde césped se fue lentamente diluyendo, mientras tres figuras imponentes emergían frente al mundo concentradas y serenas. A tanto llegó la tensión durante la interminable espera, que el cronista porteño se puso sublime y atacado de énfasis lapidario soltó, como el que pilla el micrófono recién salido de la tumba: «Asistimos, compañeros, al rito del azar frente al destino. Se oficiará con el pie, el órgano que mejor refleja nuestra conciencia telúrica».

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