domingo, 21 de marzo de 2010

El vídeo como hipótesis


En esa guerra titánica que de un tiempo atrás enfrenta a la inteligencia con la estulticia, se ha perdido hoy una batalla más. Poco ayuda el que de continuo se disfrace de inteligencia lo que no puede ser y lo que nunca ha sido. Esa desvirtuación empieza por confundirla con meros extractos de información masiva, por presentar como investigación lo rascado en los archivos o por esa tendencia a enmudecer ante el oráculo de los chamanes estadísticos. Aquella humilde clarividencia que nutría a  la inteligencia se bate ahora en retirada. Como síntoma está el error: nadie lo acoge con sencillez, como anuncio de nuevas luces. Lo que en su caso vemos es estupor y seguidamente pérdida de rumbo. No sabemos qué inteligencia miope decidió, ayer a la desesperada, alarmada por la magnitud de los efectos en prensa, que en vez de buscar la causa había que revolverse contra la lógica.

Creíamos estar al tanto de lo que es una hipótesis, y también de la lógica, que no entiende que aquella pueda personalizarse. Proponer el uso de personas, en unidades sueltas o en cuadrilla, como hipótesis de trabajo para abrirse paso a tesis y a sentencias, es como echar mano del cebo cuando se anda corto de pruebas. En este fraude de poder, como en otros, cuentan además con la definición académica, que entiende una hipótesis como la «suposición de algo posible o imposible para sacar de ello una consecuencia». A socaire de esta fórmula, aunque sea aberrante, resulta bien admitido que, si urge la consecuencia, convirtamos en posible lo imposible. Para ello se arrastra a los hipóteticos, se monta el espectáculo en vídeo y se exhibe como resultado para tranquilizar al público. Apuntados así con el dedo y, sin gastar ningún cartucho, se consuma el atropello y se confirma triunfante la tesis, aunque chirríe la lógica y se ponga a la inteligencia en entredicho.

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