miércoles, 17 de marzo de 2010

Forster en Paris


Tras despertar al mundo para una nueva era, la revolución francesa acabó como un sumidero histórico que no sólo arrastró hasta el pozo numerosas vidas, sino que truncó proyectos y relegó al olvido los esfuerzos y las obras de buen número de quienes la auspiciaron. Vemos en esa época a hombres de ciencia metidos de lleno en el centro del torbellino. Es el caso de Lavoisier, condenado a la guillotina en mayo 1794, unos meses después de haber intercedido por Lagrange, cuyo arresto como ciudadano extranjero (natural de Turín) se preveía inminente. Otros ilustres científicos como Laplace o Coulomb correrían parecida, aunque no tan dramática, suerte. Frente a este grupo, de los que podríamos calificar actores principales, tenemos en este drama otro de actores periféricos. A Georg Forster, que muere en París en enero de ese mismo año por causas naturales, habría que contarlo entre los de este segundo grupo. Como al otro Georg germánico, Büchner por más señas, su devoción revolucionaria le condujo a un punto irreversible. Sólo cuenta con 40 años cuando muere a consecuencia de un derrame cerebral en un lúgubre ático de la Rue des Moulins. Pero, ¿quién era este enfermo que se apagaba en solitario, mientras la calle vivía el fervor y el terror revolucionarios?

A Paris había llegado de Mainz dos años antes, como delegado de la república ciudadana constituida tras la entrada de los franceses. Meses después, el retorno de la coalición prusiano-austriaca a la ciudad lo convirtió en traidor y forajido, dejándolo aislado de los suyos y abandonado en tierra de nadie. En Mainz quedaban su mujer y sus hijos, pero también la universidad y su biblioteca, a cuyo asentamiento como director tanto había contribuido. Con nostalgia volverían también a su mente los seis años transcurridos en Kassel y en Vilnius, enseñando Historia Natural, en permanente correspondencia con los suyos, gente ilustrada como Lichtenberg, Goethe, Herder o von Humboldt. El naturalista que un día, a sus 22 años, fuera el miembro más joven de la Royal Society, languidecía ahora en una sórdida buhardilla, paralizado por el reuma. Cómo no recordar entonces los tiempos del Resolution y aquel camarote, donde él y su padre Johann Reinhold Forster viajaron, allá entre 1772 y 1775, entre privaciones e inclemencias, con el capitán Cook a las islas del Pacífico. Habían sido enrolados para la arriesgada singladura a instancias de la Royal Society como naturalistas de prestigio, para dar a conocer lo que en ese terreno deparara la aventura. Tanto el padre como el hijo, educado bajo su férrea disciplina de pastor luterano y prusiano, se aplicaron con oficio y precisión a la descripción y registro de todo el nuevo universo de especies descubierto en aquellas tierras remotas.

Su viaje marcó como ningún otro el signo de los nuevos tiempos y dio renovados aires a la botánica, la zoología y la geografía. Para Alexander von Humboldt, para Malaspina y su gente, y para el propio Darwin, el viaje de Forster era lo más parecido a un reto visible, pero sus trabajos fueron además el mejor punto de partida, porque Forster era un hombre versátil, capaz de desarrollar sus dotes analíticas en todas las disciplinas. La mejor prueba está recogida en la crónica de ese viaje, que bajo el título de A Voyage Round the World publicó dos meses antes de que Cook hiciese público su relato. En ella Forster no se limitaba a señalar las vicisitudes de la travesía, ni a dar cuenta de los descubrimientos botánicos y zoológicos, sino que ofrecía también interesantes y penetrantes observaciones y noticias etnográficas y lingüísticas sobre el mundo de aquellas lejanas islas. 


A la luz del candil, tumbado en el camastro, su mente seguía incesante y viajera por todo lo que un día conoció, desde su Dantzig natal y el Berlin de su adolescencia, pasando por la Polinesia, Londres, Kassel, Vilnius, Mainz antes de llegar a este oscuro y triste París. Suspiró fatigado,  atrás quedaba el mundo conocido, tan cálido, tan diverso, tan próximo, y llegaba otra vez el momento de adentrarse sin remedio en un nuevo mundo desconocido.

Posdata: [*] -Logo de la Georg Forster Gesellschaft

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