sábado, 17 de abril de 2010

El volcán encendido


Fotografía tomada de www.bbc.co.uk

No ha pasado ni un mes desde que di la nota con la erupción del volcán Eyjafjallajökull, al que declaraba candidato al Plinio del año, y las noticias han dado un giro dramático convirtiendo aquel cuadro estético en un nuevo escenario del miedo difuso. La inocente columna de humos y cenizas que ayer atrajo a estudiosos y turistas, amenaza hoy a los aviones que los trajeron. Y ahí siguen, cautivos en tierra y mirando, mientras la flota de autómatas alados de media Europa permanece impotente y recluida en los hangares. 

No estaba en el guión esta humillación, que confunde e intimida a quienes desde el suelo habían comenzado a ver el aire como un medio propio por el que transmutarse de una punta a otra del globo sin conciencia alguna de riesgo. Ahora un viejo personaje ha irrumpido en el cuadro: El miedo priva de colorido a la estampa del volcán y nos hace recular avergonzados hacia el ferrocarril y el barco. Como resultado de esta humillación, pronto veremos a nuestros autómatas dar un salto evolutivo y mudar a una nueva especie que asuma la nube de ceniza en su programa de emergencias. Para eso está nuestra técnica, que es sin duda la más fiel proyección de nuestro miedo, su primera respuesta, nuestra inicial victoria. 

La de la técnica es historia reciente, la del miedo vieja. El miedo genera impulsos de protección puntualmente reflejados en la técnica, pero como generador de vértigo apenas evoluciona. Con cada una de las amenazas rechazadas por nuestras máquinas, con cada nuevo margen de seguridad ganado, sembramos la semilla del siguiente temor, que será además de nuevo, peor y aparentemente insoportable. En esta carrera hemos ido viendo a la técnica ofreciendo un bien, cada vez más relativo, a cuenta de un mal inmediato, y por tanto absoluto. No será ésta, sin embargo, la dinámica futura. En estado de delirio, podemos llevar la lógica hasta las últimas consecuencias, hasta la creencia de que todo son amenazas. Comprenderemos entonces que la naturaleza es amoral, que no es posible distinguir entre bienes y males, ni siquiera entre  conveniencias e inconveniencias. Llegados a ese punto, la técnica no conseguirá ofrecer alternativas desiguales, sólo males menores. Será entonces cuando entenderemos que la única solución es aprender a reconducir nuestro miedo.

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