miércoles, 22 de septiembre de 2010

Irse de oído


Antes de quedarnos sordos oímos los astros del cielo, como campanas lejanas. Confundidos en ese revuelo los imaginamos pájaros zambulléndose entre cristales. Surgen entonces gemidos que se lleva el murmullo, como en el cuento del amante viajero, mecido por dulce tormento. De repente un trueno ahoga los cantos y nos remueve un tumulto de vísceras. Se oyen unas tripas estridentes, con sus risas, aire chirriando furioso en los pulmones y un terco latido de fondo. Luego la tierra reclama silencio, y el cuerpo acallado le sigue obediente, confiado solamente al eco de su propia voz.

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