jueves, 2 de septiembre de 2010

Rivera viaja al Norte


Da la impresión de que la estancia de Diego Rivera en los Estados del Norte durante 1931 produjo en él un efecto profundo. Es probable que ese efecto no esté muy alejado del que  afecta a muchos de los que hoy en día viajan a un nuevo mundo, por más que sus circunstancias de acceso sean bien diferentes. De lo que hablo fundamentalmente es de esa fascinación por la gran ciudad, a la que se percibe como foco del progreso. Para el marxista, y Rivera lo era, el eje del progreso sería la clase obrera, y el propio progreso debería ser visto como resultado natural de su emancipación frente a la explotación. La ciudad no llega a cuajar del todo en este discurso, sería más bien un fenómeno colateral. Los efectos visibles de este enfoque nos son bien conocidos: fórmulas de alojamiento industrializado para las masas, concentración de los puntos de abastecimiento y encuentro, y escenificación monumental de los logros colectivos. En esta panorámica gris, el obrero anónimo debería aparecer como actor principal, como el héroe de la nueva epopeya.

Diego Rivera, The making of a fresco, showing the building of a city (1931)
San Francisco Art Institute, California School of Fine Arts
Sobre esa disputa entre ambas percepciones del progreso hay un fresco de Rivera que la simboliza plásticamente, reflejando además la crisis personal derivada de su presencia conjunta. Se trata de la primera obra realizada por él en suelo estadounidense, un año después de su expulsión del Partido Comunista Mexicano. En ella la ciudad y el obrero parecen competir por hacerse con el centro visual y estructural de la composición, pero lo que aún trasciende más es el escenario en el que ambos se exhiben, decididamente marcado por la eventualidad y la transición. En esa propuesta envuelta en su propia dinámica son los constructores de las nuevas realidades, los diseñadores de futuro (maquinistas, proyectistas, pintores, operarios, escultores), situados en la base o sobre el andamiaje, los que reciben mayor atención. Pero no la reciben como campeones anónimos de la clase trabajadora, la reciben por su oficio específico, por su creatividad artesanal. De hecho la mayoría de las figuras representadas en el andamio son retratos de colaboradores que acompañaron a Rivera en la elaboración de ese fresco. Él mismo se presenta de espaldas, sentado y pensativo, apuntando con su cabeza al corazón de ese obrero abstracto, firmemente asido a una palanca y una manilla, y al que toda esa coreografía urbana y la tramoya impresa parecen haber restado el protagonismo con el que en un principio partía.

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