domingo, 19 de diciembre de 2010

En el fondo del valle


Fogón con lumbre viva entre penumbras, a su alrededor todos alargan sus ateridas manos y van arrimando el asiento. El vate permanece en su viejo sillón y la audiencia menuda en una banqueta, en un extremo y esperando al invitado queda una silla vacía. Apenas se mueve el anciano, el calorcillo le ha cerrado los ojos. Hundido en el sopor, mientras el fuego crepita, comienza a susurrar algo. Dijo ayer que hablaría de gente de otros tiempos, de los que vivían allá en el fondo del valle, de los que se fueron... Ya abre los ojos, silencio. Mira fijamente a la bancada, bebe de una tacilla y seguidamente inicia su historia con voz timbrada y profunda:

«A lomos de fuerzas oscuras, sin domeñar del todo siquiera, te verás de ferrón deslumbrado por el ritmo de las llamas; si empuñas sus riendas macabras y atraviesas a creciente galope la temible oscuridad de los bosques, harás carrera sombría, quizá ibas para guerrero y en esta te hagas poeta; pero si vives sometido a la frondosa fuerza, bajo el imperio de héroes siniestros, caminarás siempre temeroso, como todos en esta historia; sólo el mejor de los nuestros, quizás seas tu, el que se revuelve indómito y durante siglos vaga por esa espesura profunda para, llegado el caso, dar rabiosa cornada a esas tinieblas telúricas.».

Desfallecido por la tensión el hombre enmudece. Es entonces cuando el más pequeño de la bancada se levanta y tirándole de la manga le pide: «Abuelo, cuéntanoslo otra vez, que aún no lo entiendo».


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