jueves, 6 de enero de 2011

Adiós a la magia pagana


Los magos de Oriente con su gorro frigio
Mosaico de S. Apollinare Nuovo (s.VI), Ravenna.
Lo de los tres reyes magos tiene su enjundia. Que fueran tres nadie lo pone en cuestión, sobre todo porque es irrelevante. Que fueran reyes es un modo de elevar al niño a su mismo rango y de sugerir desde su nacimiento su condición de mesías. Sin embargo, que fueran magos es una declaración que tiene múltiples derivaciones. De entrada en otras lenguas, en inglés por ejemplo, se habla de reyes sabios, en una referencia de parecido tono al de los siete sabios griegos. No es exactamente lo mismo magos que sabios. Los magos son en origen los sacerdotes del culto a Zoroastro. Hablamos de la religión de los antiguos persas, una religión no del todo extraña al judaísmo, que al fin y al cabo vivió en cautividad en Babilonia. De ella perviven en el cristianismo, entre otras cosas, la firme contraposición entre el bien y el mal, la creencia en ángeles y demonios como sus agentes, y de un modo más anecdótico algunos aspectos rituales. En su territorio original fue desplazado por el culto solar a Mitra, de gran difusión en todo el oriente del imperio romano, y uno de cuyos atributos sacerdotales sería el gorro frigio que portan los magos en algunas representaciones.

La imagen de estos magos rendidos a los pies de la encarnación del nuevo judaísmo, puede ser percibida como el traspaso de la legitimidad divina. Ahí hace pie la interpretación cristiana, con los reyes ofreciendo simbólicos tributos a Jesús como encarnación del dios superior. Se hace también notar a los más críticos la presencia en esa estampa de los más antiguos creyentes y sabios de Mesopotamia, que acuden, siguiendo sus arcanos astrológicos y el comportamiento de una estrella errática, a ser testigos de un acontecimiento astral, cuyo origen atribuirán a la naturaleza divina de un recién nacido. Sin embargo, y a pesar de las palabras que Mateo pone en sus labios («Hemos visto su estrella al oriente y venimos a adorarle»), todo el escenario parece más cercano al relevo de los magos en sus saberes y deberes como mediadores ante el cielo, que a mostrar una adoración propiamente ritual. Aplicándole al episodio un giro premonitorio se puede ver en él a la antigua y desacreditada ciencia de los astros cediendo paso a esos nuevos horizontes de fe. De la escena se podría también colegir la conversión del firmamento estelar en el cielo divino, un cielo sometido al dominio de una estrella y una fe únicas, a esa verdad suprema y absoluta que sobrevuela nuestras miradas inquietas y ahoga nuestras mentes curiosas.


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