viernes, 28 de enero de 2011

Descrédito del clero escocés


Talisker House (2008),  © John Allan
Hasta la mansión de Talisker, en un apartado rincón costero de la isla de Skye, allá por las tierras altas escocesas, han llegado dos viajeros. Corre el año 1773 y es hoy jueves 23 de septiembre. Tras un intensa jornada de navegación y caminata, despachan con feroz apetito la copiosa cena. Llegada la sobremesa, los viajeros departen animadamente con Mr. Donald MacQueen, clérigo, y Mr. Roderick MacLeod, propietario de la casa. Los viajeros no son otros que el Dr. Samuel Johnson y su caballero acompañante Mr. James Boswell.

Apurando los licores, la conversación comienza pronto a templarse. Entre palabras traídas al vuelo incidentalmente, van considerando sin mayor miramiento un tema tras otro. Nada les cohíbe, pues, a la hora de someter a examen las carencias del clero autóctono, escocés para el caso, y que para mayor escarnecimiento son enfrentadas por el Dr. Johnson a las muy probadas virtudes del clero inglés. Con fogoso énfasis destaca Johnson en los ingleses su elevada instrucción, cualidad que no resplandece, a su juicio, entre los del clero escocés. Llevado a la necesidad de defender en mesa escocesa tan atrevida posición, el Dr. Johnson se aplica al siguiente argumento: «De la misma manera que creemos a un hombre muerto hasta que sabemos que está vivo; así también creemos a los hombres ignorantes hasta que sabemos que están instruidos. Ahora bien nuestra máxima legal es presumir a un hombre vivo hasta que sepamos que está muerto. Claro que, en realidad, se puede responder que antes debemos de conocer si ha vivido; y que nunca hemos conocido la instrucción del clero escocés».

Obsérvese que el argumento, inicialmente desaprobatorio, parece luego concesivo, desde el momento en que da tácitamente por instruidos, en calidad de presuntos, a los clérigos escoceses. Sin embargo, acaba con un desenlace inesperado, al reclamar en un último giro acusativo la existencia de algo que pudiera haber sido previamente conocido como instrucción entre el clero escocés. Con esa petición de fe empírica para una cualidad, la instrucción clerical escocesa, sin la necesaria confrontación en posibles sujetos, pienso que el argumento sólo puede ser falaz, aunque lo bastante fino como para merecer el encendido elogio de la mesa. Es probable que, pese a su reputada sutileza, ni el mismísimo Duns Scoto —por alusiones al clero escocés— hubiera podido rebatirlo.


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