viernes, 7 de enero de 2011

Líneas de defensa


Diseño de plaza abaluartada
Cuando el pensador áulico en su mansedumbre soberana se confiesa, todo suena a excusa. Sale a primera línea de defensa a adornarse, alegando la necesaria flexibilidad para sus posturas, pero con razones tan fluidas que merecerían ser derivadas al desaguadero. Esa de la flexibilidad junto con otras libertades, muy fáciles de sobrellevar cuando abrigan el lomo, le permiten recular y plantarse cómodamente en una segunda línea defensiva. Así parapetado, no tarda en dar muestras de que excluye cualquier juicio de los hechos que inspiró, con alusiones insistentes a infundios y falsas acusaciones, poniendo siempre lo que pensó, y quizás dijo, por delante de lo que hizo. Al amparo de esa facilidad para la expresión ancha, es normal que el pensador venga a hacerse fuerte y a ganar sitio para su defensa tras la última línea. Desde ella buscará ante todo zafarse de críticas, con astucias dialécticas como tachar de burdos «esos intentos críticos de malentenderme» o de torpes «todas esas comparaciones con autores infames». Pero cuando el público insistente se impone, caen las últimas defensas, llega el cara a cara y los acontecimientos se precipitan. En voz bien alta un lector le llama fatuo a quien se tenía por un espíritu manso, y éste airado le embiste; en el tumulto llaman otros falsario a quien se veía como sublime pensador, y éste espantado lo piensa, y siguiendo en su línea defensiva repiensa que urge abandonar palacio, si nada queda de sus torres y capillas, si nadie acepta por escrito sus disculpas.


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