viernes, 11 de febrero de 2011

La voz extenuada


Winter (ca. 1803), Caspar D. Friedrich
Staatliche Museen zu Berlin, Kupferstichkabinett.
Los pintores románticos nos enseñaron a percibir en un monumento la belleza terminal e irreductible con solo contemplar sus ruinas. Es posible que esto, que vale para la arquitectura y la pintura, no tenga tan fácil aplicación a otras artes. Allá donde la expresión se abre paso entre la perfección técnica y el trance emotivo la belleza puede quedar sometida a difícil compromiso. Quien se expone a ella se ve obligado a asumir ambas caras sin demasiados distingos. Son muchos, en particular entre los profesionales, los que emocionados por una expresión perfecta se sienten elevados a un alto nivel de competencia por haber logrado reducir a mera comprensión técnica todo lo que la obra transmitía. Afortunadamente, existen posibilidades de desvelar esta doblez y de advertir en cualquier expresión lo que tiene de genuino arrebato más allá de razones técnicas que la rodean.

El ejemplo me llega de la música. Una de las voces más celebradas sería la de María Callas. Seguramente fueron incontables las veces en que interpretó el aria «O mio babbino caro», bien fuera en concierto o quizá en la propia ópera de Puccini. Existen muy diversas versiones, casi todas maravillosas, llenas de nervio y dulzura. Con ella cerró también su concierto de Londres, en su gira de despedida de los escenarios, allá por noviembre de 1973. El punto final de esa gira y de su carrera se dio unos meses después en Tokio. Al cabo de dos años, ya en 1976, llegó su muerte, tras una largo período de reclusión y aislamiento.

Lo que se puede oír en el testimonio sonoro del concierto londinense es la expresión acabada de su agotamiento, de su dramático apagón anímico. Las imágenes que lo acompañan la muestran con aspecto consumido y tenso ante este aria, la última del programa. Inicia el canto con la pulcritud de siempre, atenta al primer agudo. El brillo va poniendo coto a un persistente temblor, a una desazón en la que su voz flaquea. Pronto en su interpretación se deja oír frente al timbre natural, quebrado a veces pero pleno de emoción, otro impostado, educado en la exigencia y el pundonor. Al llegar al «O Dio, vorrei morir» —que suena casi a confesión final— se adivina cierta extenuación de la voz. Agitada por un último deseo, clama con un hondo suspiro, destinado a sostener ese largo y sentido ruego en el que repetidamente implora piedad.



O mio babbino caro, G. Puccini,
Maria Callas, Farewell Concert,
Royal Albert Hall, Londres (1973).
Imágenes en: http://www.youtube.com/watch?v=SvrHxQ3qjAE


No hay comentarios: