lunes, 23 de mayo de 2011

El prestigio de lo apícola


La recolección de curiosidades, textos e ideas ha recibido muy diversos nombres en su publicación. En los casos en que se atiene a cierto orden la llamamos enciclopedia, si al calendario, es almanaque, si a la lírica, es florilegio, si a la urgencia, es prontuario, y como solución más neutra nos queda miscelánea. Tuvo que ser un jesuita, gente de estricta disciplina y torturada imaginación, el que metido a este género recolector, pasara a denominar al resultado colmenar (apiaria) y a cada libro colmena (apiarium). Basta consultar el índice de la obra para ver que lo de colmenar no es mera metáfora, sino un término elegido a conciencia por el filósofo boloñés Mario Bettini para titular su Apiaria universae philosophiae mathematicae (1642)(algo así como Colmenar de filosofía matemática universal).

Grabado del Apiaria universae philosophiae mathematicae
La explicación a esta rara elección la ofrece el propio Bettini en su prólogo, donde hace gran alabanza del discreto quehacer de las abejas, adornándose para la ocasión con una explícita y oportuna cita del primer libro de los Saturnalia del filósofo latino Macrobio:
Debemos, en efecto, imitar de algún modo a las abejas, que recorren diferentes flores para sorber su jugo. Luego distribuyen por los panales todo lo que han recogido y dan, mediante cierta combinación y la propiedad característica de su espíritu, un sabor único a ese jugo, mezcla de elementos diversos.
Dejando a un lado su peso argumental en la sorprendente denominación del libro y de sus partes, la cita tiene su propio interés. En realidad,  Macrobio viene a reclamar, por la vía emblemática, la necesidad de una síntesis de conocimientos y su difusión posterior, lo que para Bettini, como jesuita, coincidía con una de las directrices programáticas de la Compañía.

La obra es verdaderamente universal en sus intereses y trae al enfoque matemático, entonces tan novedoso, cuestiones o paradojas físicas, anatómicas, militares, técnicas, musicales, poéticas, agrarias, arquitectónicas y mercantiles, para intentar someterlas a la autoridad geométrica de Euclides. Puede que no se alcance en ella el sólido criterio metodológico exhibido cinco años antes por Descartes en su Discours de la méthode, pero introduce en la matemática esa vocación universal que más tarde reaparecerá con Leibniz. Por lo que destaca este colmenar de curiosidades tan dispares de Bettini, es por el alarde y sofisticación instrumental que se exhiben, lo que hace presumir el alto grado de precisión experimental que en esa época se logró en los laboratorios jesuíticos. De momento dejémoslo ahí. Quizá haya otro día ocasión de libar por los alrededores de esas colmenas o incluso de nutrirse directamente en ellas.


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