jueves, 9 de junio de 2011

Dándose cuerda



Pensar que sólo tiran de esa cuerda los teólogos es una tontería. Cuando pasas por allí y ves un campanillo mudo que aún se balancea y de cuyo badajo cuelga una distraída cuerda, tu y cualquiera la agarraría para probar si aquello suena. Realmente para entrar en asuntos celestes no hay que vestir sotana ni vivir parapetado tras los libros, a la luz de las siete velas. El cielo verdadero, el que se adivina con el paso de los días, puede que se vea mejor desde la mesa de una taberna. No habrá conclusiones al estilo libresco, pero con ese fondo todo parecerá animado y auténtico. John Huston dijo en una ocasión: «Prefiero pensar que Dios no está muerto, sólo bebido». Creo que Escocia nunca aceptó del todo que los presbiterianos, sin clara alternativa, acabaran con los venerables monjes que en las cavas de sus abadías elaboraban la más fina de las cervezas. Sus hijos aún claman por ese crimen cuatro siglos después. Son muchos los barcos que de allí partieron y que aún hoy navegan todavía ebrios por aguas del Mar Oscuro. Siguen persiguiendo entre las brumas el navío fantasma, ese que lleva las ánimas camino del norte. Perdido siempre en el oscuro presente, brilla en lo alto de su puente una pequeña campana, la que todos temen oír. Atentos los mareantes la siguen desde el mostrador, como sobre la amura de sus barcos, prestos al abordaje. Será un gran salto, y un buen trago, y hasta quizá despierten tras él como espíritus felices, dueños de su propio mundo. Suena la campana, y el que tira de la cuerda da en voz alta el aviso: «Esta será la última ronda, la definitiva».


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